Entra.
Cientos de cuerpos aparecen intermitentemente, aguardan. Alguno tal vez espera su llegada.
Se inserta y escabulle entre las voces a las cuales no se les logra entender nada, apagadas por el ruido estridente de un entorno confundido, aturdido.
Mira. Luces y sombras aparecen y se van así como si nada. Interceptan, agarran.
Oye. Pasan a su lado bocas que verbalizan incomprensibles palabras susurradas al oído, besan, lamen, se escapan.
Toca, más bien roza, empuja, presiona, golpea. Sudores, pieles, cabellos, formas, nadas.
Huele. Mezcla de hormonas alocadas y perfume caro que envuelve, atrapa. Alientos alcoholizados, embriagados de noche de días cansados, agitados de ciudad.
Saborea esa mezcla de locura nocturna, alegría de borrachera y tristeza de realidad, gusto a soledades que se reúnen, se acompañan en fantasías, se engañan.
Ahí, metida entre imágenes, sonidos, sabores, sensaciones, olores, perdida, olvida el pasado, niega un futuro, reniega el presente y vive un sintiempo vertiginoso pero segurizante, o que permite disfrazar sus inseguridades, al menos por una noche más.
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