sábado, diciembre 15, 2018

De las soledades que viví, tal vez la de hoy sea la más pesada. No sé si por ser actual, o por llevar la más hermosa carga.
La soledad de madre es, para mí, la más ardua. Es tener que estar fuerte para evitar a mis tormentos arrastrarla. Es desear desgarrarme y sentir las amarras. Es la pelea constante, el no poder sumergirme y, sin embargo, ahogarme. Es congelar los sentidos, para no abrumarme. La soledad de madre es la soledad negada, escondida, olvidada. Es la que no puede ser, pero está siempre presente, apretando, acechando, mirando de reojo, pisando los talones, apuntando firme al pecho, amenazando. No podés escaparte porque hay alguien a quien cuidar y, al mismo tiempo eso es lo que te obliga a pelear...

domingo, diciembre 09, 2018

No sé a qué venís, sé que no te vas, y que no me atrevo a echarte
que te llamo con mi pensamiento, con mi cuerpo, que no paro de desearte

No sé dónde quedamos vos y yo. Sé que estás en tu mundo y yo en el mío
pero hay momentos en que el pasado es tan presente que me siento besarte

Dónde queda quien soy hoy en todo esto?
Dónde está esa que fui y hoy ya no encuentro?

sábado, octubre 13, 2018

quiero volver a indagar en lo más profundo de mi corazón
al lugar más primitivo.
quiero sentir mi pulsar, mi lado salvaje, mi fuego, mi río.
quiero locura apasionada, dejarme llevar por las aguas,
enamorarme de la luna y el sol,
sentir que soy tierra y aire
parte de todo
nada.

sábado, septiembre 29, 2018

Cuerpo.

No juzgues mis heridas 
si nada sabés 
del dolor que las causan

Me encotré con una foto de mi infancia/preadolescencia temprana. Me voló la cabeza. No es que no la haya visto antes, ni que no me haya encontrado con imágenes de esa época que me hayan chocado. Pero, viste cuando por algún motivo ves algo que ya conocías pero esa vez se te da vuelta el mundo?? Como cuando te das cuenta de que esa persona te encanta pero no te habías percatado, o no te animabas a sentirlo, o qué sé yo, también podría compararse a verse al espejo después de la fiesta, ponele. Así me golpeó esa imagen. Así estoy pensando hace un par de días en escribir, en largar, en soltar todo eso que desde esa época sentía y no lo volqué lo suficiente, o no del modo que necesito, lo que siento hoy y lo que sentí durante años y me hacía la distraída.
Ay! si pudiera volver atrás y hablarme a mí misma. Si pudiera interceder entre para amigarme conmigo en el pasado, o mejor, para evitar que las influencias me enemistasen con mi imagen. Si pudiera pedirme paciencia, exigirme mirarme, mimarme, acompañarme. Capaz la maternidad me hizo mirar esas fotos de otro modo. Pedirme no abandonarla a ella como lo hice conmigo. Ayudarla a quererse, a buscarse, a encontrarse y no avergonzarse de lo que vea, sienta, piense. Que se atreva a ser ella misma y bancarse, y yo bancármela y, si no, que me mande bien a la mierda. Que todo eso sea desde el amor propio, cuidándose y respetándose, creyendo en sí misma, sin que nadie ponga en duda su percepción pero guiándola si hace falta.
Vuelvo a la imagen... Pienso también en la historia previa a esa nena grande. Pienso en cómo hubo pequeñas muestras de todo lo que podía depositarse en un cuerpo incluso antes de tanto cambio. En episodios en los que me llegué a lastimar a conciencia pero sin saber por qué lo estaba haciendo. Qué emociones impulsaban esos actos? Actos que se grabaron en mi memoria y que minimizaron en mi entorno y, sin embargo, eran solo anuncio de lo que seguía. Por un tiempo escondieron de mí eso que yo sentía. Y digo escondieron porque tan chiquita era que difícilmente yo lo entendía.
Retomando la imagen, se ve una nena al lado de sus amigas y su hermana. Una nena que no parecía nena pero tampoco una chica grande. Que era enorme al lado del resto. Gigante. Una cabeza más alta, dos cuerpos más ancha (quizá un poco menos, pero bastantes kilos más). Una nena que escuchó que le digan gorda miles de veces. Que creció desproporcionadamente rápido respecto a sus pares. Que superaba en talla a sus hermanos más grandes. Una nena que no tenía la culpa de su percentil de crecimiento, de sus genes, de no entender ese cuerpo con un desarrollo que parecía descarriado. Niña que escondió estrías desde los nueve años usando short para entrar a las piletas. Que ocultó los vellos de sus brazos usando manga larga en pleno verano. Habitante de un cuerpo que le quedaba enorme a la sociedad, diminuto a sus sueños. Cuerpo que así, entre contradicciones siguió creciendo, hasta que quiso encajar, y se desconfiguró de lleno.
Esa nena sensible, callada, fuerte, inteligente, que alimentaba en secreto pasiones que, junto a su cuerpo, dejaría languidecer en otros tiempos, no sabía cómo hacer con todo eso y se fue perdiendo. Si en una época no supe manejar su fuerza, por las dudas, me hice débil hasta ser tan frágil que casi ni podía sostenerlo.
Cuando te ves tan desproporcionada respecto al resto te preguntás tantas cosas... Ante todo el 'cómo me verán?' Qué loco que la misma duda sea la que no te deja ver que no te ven tan rara en realidad. Que quizá hasta algún chico le gustás. Pero no tenía ese amor propio que me permitiera animarme, o pensar siquiera que podía gustar, que me veían como a una más, quizá. Y ahí la primer contradicción, o no la primera, pero sí una de tantas. El querer que me vean como a todas, pero no querer ser una más. Siempre me sentí y también quise ser diferente... y me gustaba, pero no encajaba y eso, en ocasiones dolía y entonces quería también ser 'normal'.
De chica mis referentes eran mis dos hermanos mayores. Los admiraba, quería que me aceptaran. y aunque me destaqué entre mis pares en los deportes, al lado de mis hermanxs, yo parecía de corpachón torpe y tosco insuficiente para alcanzar su destreza y asemejarme a ellxs y sus cuerpos esveltos y fibrosos... Al mismo tiempo mi sensibilidad afloraba y entonces era una cosa extraña. Parece simple, pero para mí era como querer ser bailarina clásica y fisicoculturista al mismo tiempo. Jugaba juegos de chicos, ganaba pulseadas, carreras, y me escondía a escribir poesía, inventar melodías, dejar traslucir sentimientos y emociones que archivaba para quién sabe qué día. Cuerpo coraza me hacía.
Fui creciendo y las contradicciones internas crecían junto al aluvión hormonal. El deseo que poco a poco afloraba, la sensación que parecía idiota e imposible de poder llegar a ser deseada. Si siempre me dijeron que era gorda, dientona, si incluso impidieron de algún modo acceder al deseo (a ser deseante y deseada)... cómo podía estar pensando en algo similar? No, no. No con ese cuerpo. No, si no sabía ni entendía nada. Cómo acercarme, cómo aceptarme, como sentirme aceptada.
Me llueven imágenes, recuerdos, sensaciones, momentos. Se esfuman las palabras. Cómo me explico ese proceso en el que, poco a poco, me quise transformar en nada. Cómo explico que llegué casi a lograrlo, que por momentos, para volver a estar viva, a sentir, o para darle entidad a un dolor incomprensible me quemaba o cortaba? Cómo hacer entender que a este cuerpo el dolor lo marcó y lastimó pero también le permitió sentir que todavía vibraba. Cómo resumo tantos procesos, tanta intensidad, tanto y tan nada.
Llegaron con los años las crisis.
Los 15 en esa transición de niña a mujer que hacía años afloraba por ese crecimiento atolondrado. Los cambios repentinos, la necesidad de comenzar a tomar decisiones para mí importantes cuando todavía no me sentía preparada. Empezar a priorizar la imagen y el cuerpo frente a otras cuestiones que antes eran para mí de suma importancia. En ese momento se me mezcla todo y pierdo el rumbo hasta sumirme en cuentas vacías, eternas caminatas. Puse todas mis energías en una meta incierta, hasta llegar a perder todas todas las fuerzas y las ganas por no saber qué hacer en este mundo que tanto demanda. Me hice amiga de la enfermedad. La abracé fuerte. Era mi compañera más fiel y yo de igual modo me comportaba. Lo demás ya no importaba. Todo era pérdida y por un momento, para mí, cuanto más perdía, más ganaba. Era fuerte y constante en mi meta de ser cada vez más liviana. Me enorgullecía cada gramo menos, cada día en que la lista de alimentos se achicaba, cada caloría quemada. Por unos meses ni me dí cuentae si estaba hiriendo a alguien con mis actos y palabras. Fui dura, hostil. Fueron 10, 20, 30 kilos, y amistades que abandoné por no saber tratarlas. Pienso hoy que tal vez me sumergí en mi cuerpo también porque no sabía como andar en otras aguas, entre la gente, nunca entendí qué rol ocupaba. Porque,  como dije antes, me enseñaron que no podía desear ni ser deseada.
Una internación, mucho amor circundante que afloraba, mucha garra, un tratamiento ambulatorio, medicación, terapias, amistades nuevas, viejas pero renovadas. Abandono de estudios para retomarlos una vez medianamente recuperada. Escuela nueva, gente nueva, nueva rutina, y unas ganas de vida que vuelven a la vida de a poco me ayudan  en ese momento a volver a andar en manada. Pese a subidas y bajadas, a explosiones repentinas, a humores raros, todo parecía normalizarse; creo.
Fin de la secundaria sin pena ni gloria. Empezando a indagar en las relaciones. Permitiéndome de a poco empezar a sentir. A los porrazos. Abrazando amores imposibles, desamores tangibles. Entregando nada sintiendo que daba todo. O dando todo a cambio de nada. A tientas. Ciega de enamoramientos intensos, lastimándome en mis intentos (tal vez ese corazón cumplió la función de la piel, doliendo ante esa sensación de de vacío para saberse vivo). Sabiendo sólo cómo estar en cuerpo, sin poder encontrar las almas. No entendía nada pero andaba. Buscaba. Amaba de forma torpe, tímida, sin creer que se podía, sin saber bien qué es lo que hacía. Amaba de forma torpe pero intensamente, siempre. Nunca supe hacerlo de otra forma. Ni me interesó. Y así, a los porrazos, esperando sentirme alguien para alguien, tratando de brindarme fui conociendo a quien soy, fui aprendiendo a abrirme y no esperar salir ilesa. A poner mis cartas sobre la mesa y que sea lo que sea. A disfrutar tanto las victorias como las derrotas del amor. A construir cada pedazo de mi ser en la experiencia. Quizá no fui lo suficientemente cuidadosa con migo. Tal vez fui solo cuerpo algunas veces, tal vez entregué mi corazón al ser equivocado tantas otras... pero así me fui construyendo hasta ser quien soy. Hasta amarme, amar y dejar que me amen. Hasta exponer lo más oscuro de mí y ser aceptada así. Hasta encontrarle y aceptar sus sombras también, aprendiendo a construir el día a día, compartir y crear vida. 
Así y todo... hay veces que todavía me cuesta aceptarme. En este amor hubo tanta lucha interna, tanto egoísmo dejado aparte. Más crisis. Ya no podría bloquear mis sentimientos y emociones tan fácilmente. Ya adulta es más difícil esconderme, y encontrarse tan de frente con las propias zonas oscuras, los miedos, los fantasmas, las sensaciones que afloran cuando unx no las llama puede ser desgarrador. Demoledor hasta sentir que por dentro fragua la sangre y se te retuerce el universo. De algún modo siento a veces que la anorexia fue mucho más simple. Quizá porque casi logro el plan de modo inconsciente, o porque había plan. Pero una vez que ya entendés qué pasa, la lucha está librada y no existe la tregua. Cuando se es consciente de la autodestrucción y el deseo de vida todavía tiene fuerza entonces no podés descansar. Y quién banca esa lucha? Cómo hacés entender que la única manera de hacer tangible el dolor del alma es pasarlo al cuerpo? Cómo explicás que no querés matarte, que necesitás perder la consciencia por un tiempo? Cómo hacés ver que se te escapa la vida de las manos y perdés el aliento? Que no son llamados de atención sino gritos desesperados de quien ya no tiene voz.
 La segunda crisis fuerte llegó exactamente 15 años después de la primera (reconocida al menos). El sentido de realidad me abandonaba. Perdí nuevamente el rumbo y me bloqueé por completo. Así, realmente, no quería la vida. Estar sin estar presente en las reuniones, abrumada por estímulos incomprensibles, conteniendo mi materia una energía abrumadora, caótica. Agradezco las manos que me tomaron y guiaron en ese momento. Fue necesario, nuevamente, hacer una pausa. Una pequeña licencia que casi le cuesta a otrxs su reputación en el trabajo. Ya adulta y responsable, un año sabático era impensable, pero seguir así insostenible. Debí frenar unas semanas y hacerme fuerte nuevamente.
Nuevas amistades y profesionales que llegaron a mi vida, me ayudaron a sentirme, poco a poco, más fuerte. Una relación atravesada por crisis de ambos lados creo que nos unió y ayudó a comprender un poco que las luchas internas, generalmente, de algún modo, se comparten. 
Si bien me fui recuperando creo que recién logré salir del todo después de dos años. Es que justo después de estabilizarme enfrenté lo que hasta el momento fue la más dura despedida. Despedida a la que le siguieron desilusiones de las personas a las que más quería y más necesitaba en ese momento. Otra vez me tocó sentirme como la incomprendida. La loca, la que hace las cosas por impulso. La que al opinar y decir lo que siente desentona y es juzgada. A la que, cuando estoy mal, siento que juegan a querer pero le tiran basura pro la espalda. El blanco fácil para la crítica. Tal vez todo eso lo merecía. Tal vez vuelva a pasar una y otra vez, quizá yo entienda algún día que a la única que le tengo que pedir aprobación es a mí misma. Que soy la única que me acompaña realmente en este viaje, porque sólo yo entiendo hasta dónde llega mi dolor cuando me abraza, hasta donde puedo desbordar de alegrías.
 Puede resultar exagerado desde afuera, puede parecer absurdo que un simple comentario o accionar a veces me duela tanto... conociéndome, conociendoles, fui entendiendo que probablemente nunca llegue a ser del todo comprendida, y espero menos de lxs demás, a la vez que entiendo, aunque me duela, que muchas veces no es fácil acompañarme.


Con los años son más leves las recaídas. Más extensos los períodos estables. Debo reconocer que a veces se extrañan algunas sensaciones, pero ahora en el equilibrio creo que voy buscando nuevas formas de sentir, de vibrar, y aunque a veces me siento opaca, sé que voy a volver a brillar. 


Cuerpo... 
Hace poco más de dos años se transformó mi cuerpo de una manera que pensé que mi mente jamás toleraría. Ella, sin saberlo, me enseñó a cuidarme para cuidarla, a amarme para amarla, para enseñarle a amarse. Ella, cuyo amor me obliga a llegar a límites inimaginados de agotamiento, que pone a prueba mi paciencia y me demuestra que el corazón  no tiene fronteras, que se expande, que todo ser es capaz de albergar más de lo que imagina, más de lo que parece posible en esta vida.
Se transformó la idea de este escrito como se va metamorfoseando con los años el cuerpo. Como se va moldeando por la historia, por las emociones, las relaciones, las vivencias, el agua, el sol, el amor, por el aire, por el mismo espejo y el ojo ajeno.
Se va a seguir transformando, reconfigurando, y yo y vos también cambia todo todo el tiempo mientras haya vida.




domingo, enero 14, 2018

12 de septiembre de 2017


Cada tanto la escena se repite: me pierdo. No entiendo lo que hago, lo que veo, lo que siento. Si soy el bicho raro o me lo invento. Cada tanto pierdo el eje, siento que la vida se me escapa de las manos, de los pies, de los ojos, de la nuca. Cada tanto me ahogo en vacío y olvido el camino. Se mezclan y repiten las piezas de este rompecabezas pero sé en el fondo que al final el juego lo pierde sólo el que no juega
El tema es que hacían el amor con solo mirarse...

Quién necesita París II

Vas aprendiendo, a los golpes, que mejor no preguntar si podés o no podés ir donde no sos invitadx. No esperar que, al darle tu punto de vista al que no piensa siquiera contemplarlo, vaya a aceptar esa otra forma de mirar. O sacás pasaje igual o encarás para otro lado. O te bancás que te desacrediten y respondes con la frente en alto que no pensás igual o ni opinás, mirás, sonreís le das un besito y decís chau... al final, para la gente así no existe el diálogo.
Respiro profundo.
Para qué París, si la felicidad está a pasitos nomás, sólo necesitás andarlos. Para qué buscar en otro lugar lo que en vos estás deseando. Para qué soltarte en vuelo junto a quien solo va a lanzarte piedrazos?
Respiro profundo, sí, a mí es a quien le hablo.