Del mar de su boca brota la melodía. Se bañan las costas con su agua y la contienen, la amparan, le devuelven la música que la abraza y refresca sus pies cansados de andar caminos pedregosos.
Surge la canción en una ola que la eleva y de lo alto puede ver aquello que ama. El torrente de voz logra alejarla de todo mal, congela tiburones que amenazaban hacerle daño y logra escapar aunque sea ese instante. Se siente bien navegando esas aguas que la transportan hacia la paz. Se siente a salvo, protegida al envolverse en melodía, y sumamente frágil, desnudándose en cada entonación, entregada y entregándose al vaivén de su voz.
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