Como en un desfile de fantasías llegan, pasan y no muestran más que lo que quieren mostrar, lo que conviene para pasar el rato... un buen rato. Quizá escondiéndose, o jugando a ser el que saben que quieren que sea, ese que otro se espera hace mucho tiempo tiempo. Entonces reciben el abrazo más lindo de dar, beben la copa y luego se van.
El tiempo de estadía varía según el encuentro y la persona. Cada transeúnte elije el tiempo que quiere pasar en el lugar. Nunca más de unos meses, no sea que se encariñen y quieran quedar. Tal vez sea de esos lugares que está bueno visitar pero para vivir es demasiado aburrido, o quién sabe, de esas maravillas que solo se pueden visitar una vez, quizá dos o tres, pero después no alcanza el tiempo o el precio es demasiado elevado, entonces, una vez saciada la sed no vale la pena regresar.
Pero el recibimiento siempre es cálido. Aveces tímido. Generalmente se busca agradar al viajante, intentando no abrumar con tanta atención, esperando brindar todas las comodidades. Por eso nadie exige que se desenmascaren, ellos muestran solo lo que quieren mostrar, dan hasta donde quieren dar, reciben la cuota justa de amor y se van.
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