No me preguntes sobre política. No sé nada. Desconozco cómo se gestionaron las actuales ideas. Cómo llegamos a la situación en la que estamos. No sé de historia, o sé poco, para decir la verdad. La cronicidad de los hechos se me mezcla y los nombres se me escapan. Lo mismo me pasa con la geografía, me olvido el nombre de los lugares, y es probable que poco sepa decir de sus climas.
No puedo describir la fauna del lugar, pero puedo hablarte del pájaro que oigo cantar esta tarde al otro lado de la cuadra y cómo vibra mi pecho al escucharlo, cómo vuelo en su vuelo. No sé decir de corrientes ni caudales, ni los nombres de los mares, pero sí transmitirte la emoción con la que veo el baile de sus aguas, cómo en ellas me pierdo. Puedo detallar las luces que se cuelan por mi ventana y la emoción que despierta la repentina brisa matutina rozando mi cara. No sé casi de nada, más que de alegrías compartidas y corazones que se encuentran enlazados a finitas e infinitas distancias. Sé de miradas que reconfortan, que son hogar.
Olvidé casi todas las clases de historia, pero sé de historias que gente de antaño me quiso contar, y del brillo que sus ojos, ahora en los míos, revela, en cada memoria que surge, en esa vida que vive, que siente, se entrega.
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