Otra vez, como todos los días, te levantás. Casi en piloto automático, comienza tu ceremonial: la mano izquierda destapa el cuerpo semidesnudo, semidespierto. Inspirás hondo, en torsión, la misma mano se apoya en el colchón y empuja el cuerpo, semidespierto, semidesnudo. Baja una pierna, la otra y te levantás. Un largo bostezo, te desperezás, das los seis pasos de todas las mañanas hacia el baño, llegás frente al espejo, mirás. Abrís la canilla, juntás en tus manos como cuenco el agua que luego limpia los restos de noche de tu cara. Cerrás la canilla. Tomás, como todas las mañanas, el cepillo de dientes al que le untás de pasta y cepillás. Enjuagás. Media vuelta, dos pasos, te bajás el boxer y descargás más restos de noche, otros. Volvés en tus pasos y mirás tu cama, fuera de programa rutinario, esta (otra) vez está ocupada. Ni vos sabés qué pensas, si en algo hay que pensar. Te mira, sonríe, ni ella sabe qué pensar, si hay algo en qué pensar. Te acercás, te sentás, posás tu mano sobre su cadera, toma tu mano, te acaricia, te mira tan fijamente que no entendés cómo puede estar pensando en nada... contemplar. Tira de tu brazo y ahí estás otra vez, acostado sobre ella -tal vez sin querer, pero deseando- y así, de golpe, se dan, nuevamente, la piel.
Como siempre que te visita, casi en piloto automático, nuevamente arrancaste: te levantaste de tu cama, buscaste el boxer entre las sábanas, vestiste tu ropa interior, la mano izquierda destapó el cuerpo semidesnudo, ahora despierto. Inspiraste hondo, en torsión, la misma mano se apoyó en el colchón y empujó el cuerpo. Bajó una pierna, la otra, te levantaste y fuiste al baño en seis pasos para entrar, abrir la canilla, juntar agua entre tus manos y limpiar otros restos -ahora matutinos-, mirarte al espejo, no saber qué pensar y salir. La miraste mientras se vestía, te miró y sonrió. Entendió.
Siete pasos al baño, al tercero pasa por vos, te da un beso y sigue. Llega, se para frente al espejo, se mira, se piensa... no piensa. Saca el cepillo de dientes del bolsillo, usa un poco de tu pasta, se lava. Escupe, enjuaga, se enjuaga. Guarda otra vez en el bolsillo, llena sus manos cual cuenco y limpia de su cara los restos del encuentro consumado. Sale, se miran, un beso más, tal vez un abrazo de cinco segundos, o dos. Se separan. Toma su bolso de arriba de la cama, espera que salgas, te sigue.
Abrís la puerta, un beso y se limpian los últimos rastros de este (otro) encuentro;
quién sabe, algo quedó.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario